En Ecuador hemos convertido la supervivencia en nuestra rutina nacional. Vivimos pendientes de la próxima factura, del próximo asalto, del próximo alza de precios. Y mientras tanto, dejamos de pensar en proyectos, en futuro, en grandeza. La superviviencia nos esta robando el derecho a soñar.
Un país que sobrevive, pero no vive, cae en una especie de letargo colectivo. Se conforma con el “al menos llegué a casa con vida”, en lugar de exigir seguridad. Se contenta con un empleo informal, en vez de reclamar estabilidad y oportunidades reales. Se acostumbra a mirar al Estado como un ente ausente y corrupto, en lugar de una institución que debería servir.
El problema es que esa costumbre mata la ambición. La getne ya no pregunta “¿cómo crecemos?”, sino “¿cómo resistimos?”. Y cuando la resistencia se vuelve el único objetivo, se deja de construir país. Los talentos se van al extranjero, los jóvenes no creen en la educación como vehículo de ascenso social, y la corrupción encuentra terreno fértil en la resignación de una ciudadanía agotada.
Supervivencia no es desarrollo. No es progreso. Es apenas respirar, es apenas esperar que pase la tormenta sin tener claro qué hacer cuando salga el sol. ¿De qué sirve un país que se resigna a esperar, pero no se atreve a diseñar su destino?
Ecuador necesita un cambio de mentalidad tanto como necesita políticas públicas. Ningún plan de gobierno será suficiente si los ciudadanos seguimos conformándonos con migajas. Debemos volver a aspirar: a una economía formal, a ciudades seguras, a escuelas que eduquen y no solo entretengan, a un Estado que sirva y no que robe.
La pregunta no es si podemos, sino si todavía queremos. Porque el que solo sobrevive, se resigna a un presente mediocre. Pero el que decide vivir, comienza a pensar en grande, a arriesgar, a construir.
La decisión está sobre la mesa; seguir sobreviviendo en la mediocridad o comenzar a vivir con la dignidad de un país que cree en su futuro.
La representación en riesgo: por qué la reducción de asambleístas debilita la democracia ecuatoriana
Desde la Antigüedad, las asambleas han sido el espacio donde la ciudadanía ejerce colectivamente su voz política. En la Grecia clásica, la Ekklesía reunía a los ciudadanos atenienses para deliberar sobre la guerra, la paz y las leyes; en Roma, los comicios populares...